Read Annie McDermott’s English translation of this piece here.

‘Estoy vivo porque se quien manda. Aquí se hace lo que ordena el Cártel del Golfo,’ dice Francisco, un periodista de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, considerado un narcoestado de México.

Las órdenes de trabajo para Francisco no vienen solamente del jefe de redacción, también atiende las llamadas del ‘jefe de la plaza’ quien le ordena quitar o poner imágenes de balaceras o cadáveres: ‘Si quieres cuidar a tu familia, no publiques nada de la balacera de ayer, si no, te va a llevar la chingada,’ le dice quien se ostenta solo como ‘jefe de plaza’. Y Francisco obedece para salvar la vida, para conservar su trabajo.

Francisco como muchos, padece la ‘autocensura’, un fenómeno cada vez más común en México, el país más peligroso en América Latina, para ejercer el periodismo y donde el derecho a la información de los ciudadanos está siendo vulnerado severamente por la violencia contra la prensa: más de 120 periodistas han muerto en los últimos años y 22 permanecen desaparecidos. En este país, los periodistas son asesinados por lo que publican o por lo que se niegan a publicar. Cada 26 horas, un periodista será víctima de un hecho violento. Tan solo el año pasado, se registraron 326 ataques contra comunicadores y cinco fueron asesinados. A los periodistas no los asesina solamente el crimen organizado. La mayor parte de los agresores son funcionarios o agentes del estado mexicano.

Los asesinatos son cada vez más sanguinarios y más crueles. Incluyen torturas de todo tipo. La violencia contra las periodistas es terrible, el componente de género está incluido, la mayoría de las ejecutadas fueron violadas, o mutiladas; algunas incluso decapitadas. Estamos cansados de ver pasar los cadáveres de nuestros colegas, de nuestros amigos. La estela de dolor y sufrimiento que va dejando la sangre derramada de nuestros compañeros.

La guerra sin cuartel contra la libertad de expresión se intensifica. El gobierno de Enrique Peña Nieto prefiere no garantizar la seguridad de los periodistas y de esta manera, ha conseguido acallar importantes voces independientes y críticas. Las balas, la censura, la autocensura o el control gubernamental sobre publicidad y concesiones de radio y televisión, han ido provocando un alto déficit de información veraz y oportuna, una ausencia de noticias y cobertura informativa sobre temas importantes como los crímenes de Estado cometidos por el Ejército, la Marina o las distintas policías. Tampoco hay suficientes noticias sobre el fenómeno de la narcopolítica, la connivencia de autoridades corruptas con los poderosos cárteles de la droga que dominan el territorio mexicano o el contrabando y la piratería que ha pasado a manos del crimen organizado en connivencia con los policías. Las desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales; la tortura, son parte de la violencia del Estado que difícilmente encuentra un espacio digno en los medios de comunicación televisivos. Una parte de la prensa está arrodillada ante el poder gubernamental o el poder del narcotráfico. Hay temas prohibidos y periodistas prohibidos. Se trata de instaurar el miedo, el terror y el silencio.

Quienes nos atrevemos a romper el cerco de silencio, tenemos que enfrentarnos a todo tipo de amenazas. Trabajamos en condiciones de guerra, pero sin la protección que debe ser brindada a los informadores en  la típica cobertura de conflictos bélicos. Aquí no hay chaleco antibalas ni cascos. Tampoco funciona el aviso el aviso de ‘prensa’ colocado en los vehículos, o la acreditación que salvaguarda tu integridad física en territorio neutral.

Frente a los Kalashnikov de los capos de la droga solo tenemos nuestras plumas. Entre los rifles de alto poder del Ejército o las policías, solo están nuestras libretas y computadoras. Somos un blanco fácil. Matar periodistas en México sale barato. Los asesinos saben que hay una gran probabilidad de que no les pase nada. La impunidad es la constante. Más del 90 por ciento de los asesinatos sigue impune a pesar de que existe la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión, la cual, el año pasado, registró un rezago 120 casos. La fiscalía es una cortina de humo. El estado mexicano prefiere simular que actuar y proteger a los periodistas.

Esta es una guerra desigual. Los periodistas tenemos la palabra. Ellos – los depredadores de la prensa – tienen las balas. El periodismo mexicano está herido. La información mutilada.

¿Por qué seguimos aquí? Por dignidad, por compromiso con la verdad. Nuestra misión es la búsqueda de esa verdad por encima de cualquier obstáculo. Los periodistas mexicanos hemos aprendido a trabajar en condiciones adversas de absoluta indefensión. Convivimos con la persecución, el hostigamiento y el acoso. Pero el miedo no nos paraliza, al contrario, nos ayuda a medir los riesgos para seguir con vida, para continuar dando voz a los sin voz y lanzar luz sobre las zonas oscuras de la información sometidas al silencio.

Seguir aquí, es la misión, aunque el fétido aliento del depredador este cerca, aunque se escuche el sonido de las balas y las palabras cuesten la vida. La libertad, tiene un alto precio en México, pero es el único camino para llegar a la verdad.

Read Annie McDermott’s English translation of this piece here.

Read ARTICLE 19 Mexico’s annual report ‘Estado de Censura’, which examines freedom of expression in Mexico.

Sanjuana Martínez is a featured writer in English PEN’s 2015 Mexico focus. Read about her case and take action here.

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