La narrativa de la violencia en México 2: tres razones para no usar la palabra narcoliteratura

Juan Pablo Villalobos

La palabrita es un neologismo desgraciado cuyo uso pareciera inevitable hoy en día al hablar de la literatura mexicana actual: narcoliteratura. Como buen neologismo, surge de la necesidad de nombrar un fenómeno nuevo. En realidad, en este caso el fenómeno, la literatura que aborda el mundo del tráfico de drogas, no es nuevo, pero sí lo es la necesidad de nombrarlo. En México, el término se impuso sobre todo en los medios de comunicación – un poco menos en la academia, donde no goza de unanimidad –, ante la proliferación de libros en torno a este tema.

Nombrar es un primer paso para intentar identificar, definir, encasillar, clasificar o agrupar, entre otras actividades igualmente reduccionistas. La dichosa palabrita es una especie de saco, muy amplio, donde parece caber todo: novelas policiacas, biografías de capos o crónicas amarillistas, por citar tres tipos de libros que abundan desde hace unos años en las librerías mexicanas.

Su uso – y su abuso – está produciendo algunos efectos negativos sobre la recepción de la literatura mexicana. Para comenzar, provoca una cierta desconfianza en los círculos intelectuales ante las obras que abordan el tema. “Otra novela de narcos”, es una frase despectiva que puede oírse con regularidad, como si existieran temas despreciables en sí mismos, lo que supone ya una lectura prejuiciosa. Pero lo más importante es que el término no ayuda en nada a entender la literatura que hoy en día se está haciendo en México, empobrece el debate y oscurece el aporte de algunos de los mejores libros que se han escrito en los últimos años.

Trabajos del reino, la primera novela de Yuri Herrera, es citada sin falta dentro del incipiente canon de la narcoliteratura. La historia de las peripecias de Lobo, un joven cantante de corridos, en el palacio de un poderoso narcotraficante llamado El Rey, es una alegoría de las relaciones entre el arte y el poder, una apología del arte como pureza, como medio de salvación: “Lo único extraño era él, que veía todo desde afuera. El único especial era él. Fue tan lindo comprenderlo, fue como un suave brillar entre la gente, un como sentir que las cosas son mejores cuando uno entra en un cuarto”. Decir que Trabajos del reino es una narconovela es negarle su filiación: la prosa elegante de Herrera se inserta de manera contundente en la rica tradición novelística latinoamericana del siglo XX, de la que supone una continuidad. Herrera pertenece a la estirpe de Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos o Juan Rulfo y se erige como un heredero directo de la literatura del boom, igualmente influido por la tradición narrativa norteamericana.

Si el término narcoliteratura opaca la aportación de Herrera, Julián Herbert y Carlos Velazquez se quedan, felizmente, en sus márgenes, resistentes a la clasificación, a pesar de haber escrito dos libros donde la droga es la gran protagonista.

Cocaína (Manual de usuario), el brillante libro de relatos de Julián Herbert, explora el otro lado del fenómeno: el consumo. Con una ironía seca y sórdida, Herbert se propone, entre otras cosas, redactar el prospecto de uso de la cocaína, en el hilarante “Manual de usuario”: “1. ¡¡¡Felicidades!!! Por haber adquirido la mejor oferta del mercado. Durante cien años hemos contado con la preferencia de un sinnúmero de clientes a lo largo y ancho de la geografía internacional, así que no exageramos al decir, con orgullo, que nuestra mejor carta de recomendación es la historia reciente del mundo”. Sus personajes se debaten entre la euforia química y el insomnio, las crisis de abstinencia, el abandono hedonista y el propósito de rehabilitación: el mundo no es un pañuelo, es un papelito en el que reposa el preciado polvo blanco, y el camino es una larga raya.

La biblia vaquera (Un triunfo del corrido sobre la lógica) de Carlos Velázquez es el apocalipsis narco. Plagado de neologismos, infectado sin remedio por el inglés, autorreferencial hasta donde es posible serlo, cayendo a veces – hay que decirlo – en el chiste fácil, Velázquez crea una geografía propia, su mapa imaginario de Coahuila y Nuevo Léon, las zonas controladas por la Biblia Vaquera. “El díler de Juan Salazar” narra el infierno de la abstinencia cuando el dealer falla: “Su regresión se contaminó por las teorías de los relatos de cantina acerca de San Pedroslavia. Una tierra mágica. La droga no se termina nunca. Todo mundo es díler. La heroína es baratísima (…) Decía de la abstinencia que era como mascar un chicle sin sabor. El cuarto menguante de la malilla rápido alcanzaría los límites de la luna llena y la estación completa se poblaría para él de vampiros aztecas”.

En el fondo, hablar de narcoliteratura parece más propio de quien quiere vender el fenómeno, y una cierta idea de país, que de quien quiere leer libros. Es la lógica del tráfico versus la lógica del consumo.

Desgraciadamente, nuestros mejores libros no vienen con manual de usuario.

 

Información adicional: 

Yuri Herrera: Trabajos del reino, Periférica, Cáceres, 2008.

Julián Herbert: Cocaína (Manual de usuario), Mondadori, Barcelona, 2009.

Carlos Velazquez: La Biblia Vaquera (Un triunfo del corrido sobre la lógica), Sexto Piso, México D.F., 2011.