La narrativa de la violencia en México 1: el cuento.
Juan Pablo Villalobos
Creo ciegamente que los escritores mexicanos estamos condenados a decepcionar a nuestros interlocutores extranjeros. Escribí una novela que ha sido traducida a varios idiomas y cada vez que tengo una entrevista o que participo de una lectura en el extranjero acabo con la sensación de no haber cumplido con la expectativa, frustrado por no poder ser suficientemente auténtico, lo que en el caso de México quiere decir folclórico. Me siento justo como el narrador de “Amigos mexicanos”, el divertidísimo y lúcido cuento de Juan Villoro, en el que un famoso periodista estadounidense, Samuel Katzenberg, contrata a un escritor mexicano para que sea su “contacto hacia lo genuino”, para que le ayude a diferenciar lo que es horrible de lo que es “buñuelesco”, para que le muestre el verdadero México. Al describir el México que Katzenberg quería conocer, Villoro resume a la perfección el abismo que separa a mexicanos y extranjeros al construir la imagen de nuestro país: “Él deseaba una realidad como los óleos de Frida: espantosa pero única”.
En los últimos años la situación no ha hecho más que empeorar: la llamada “guerra contra el narco” del presidente Calderón ha provocado alrededor de 50.000 muertes violentas en el país. Nuestra realidad se ha vuelto espantosa, a secas, sin que tenga absolutamente nada de “única” o fascinante. De manera paralela a la escalada de violencia, ha surgido una escalada literaria, porque un número importante de escritores ha intuido la necesidad – social, diría yo – de buscar un lenguaje para narrar la violencia. Se escriben por igual novelas, cuentos, obras de teatro, guiones de cine e incluso poemas o performances, que recrean nuestro horror cotidiano. Comenzaré por el cuento.
Narrar la violencia supone narrar el mundo del crimen organizado, las entrañas del monstruo aficionado a la decapitación. En el genial “Ese modo que colma”, Daniel Sada relata la fiesta de un grupo de narcotraficantes, fiesta que se suspende porque en una hielera de cervezas se realiza el hallazgo de tres cabezas humanas. Las páginas transcurren mientras las viudas pican hielo para evitar que las cabezas se pudran y apesten, los narcotraficantes comienzan a indagar quiénes son los traidores y las mujeres piensan en cómo dar sepultura a las cabezas: ¿en un féretro chiquito?, ¿en una caja de fruta? Sada culmina el cuento con una admonición escalofriante: “eso de las decapitaciones se estaba poniendo de moda”, “una moda que podría durar varios años”.
¿Qué nos ha pasado?, ¿cómo llegamos aquí?, son dos preguntas terroríficas que nos agobian. La realidad nos obliga a volver a pensarlo todo, a regresar, incluso, a lo elemental, a la definición de las cosas, para tratar de descubrir dónde nos hemos perdido. Francisco Hinojosa cree necesario, y lo es, citar el significado del verbo descuartizar en “Lo que antes eran calles”, cuento en el que un sicario con dislalia, apodado El Bóiler, termina descuartizando, por calentura, a la novia que lo ha engañado: “Descuartizar. Verbo transitivo que significa cuartear, hacer cuartos, despedazar, hacer pedazos, desmembrar, destrozar. Dividir en cuartos, a modo de castigo, el cuerpo de una persona”. Y sigue.
Hay que volver a nombrar las cosas, narrarlas, porque ya no son lo que eran, o porque ya no son lo que parecen, o porque ya no parecen lo que son. En “Ojos que no ven” Iris García relata el reclutamiento de actores para un película entre los borrachos asiduos a una cantina. Su papel en el filme consistirá en declararse miembros del Cártel de Sinaloa culpables de algunos asesinatos. Delante de la cámara, a fuerza de golpes y balazos para dar realismo a la escena, porque no hay presupuesto para maquillaje, acabarán descubriendo que están siendo usados por el Cártel del Golfo para que se culpe al cártel rival de “todo lo que pasa”. Uno de los borrachos reclutados chilla una frase que bien podría decir cualquier mexicano que ve invadida su cotidianeidad por ese tipo de violencia que antes solo veíamos en el cine o la televisión: “Yo ya no quiero salir en esta película”.
Algunos empezamos a delirar con visiones apocalípticas. Antonio Ortuño imagina en “Historia” que un país extranjero decide invadirnos, debido “al tráfico de drogas, el contrabando de órganos, el secuestro y homicidio de extranjeros, el estado de anarquía que priva y la migración masiva”. El protagonista del cuento intenta huir al tiempo que nos relata el miedo de los varones locales a que sus mujeres se ofrezcan a los soldados invasores para tener hijos rubios. Al final, justo antes de sucumbir al ataque de los tanques enemigos, se salva al encontrar refugio tras una puerta que le abre una mujer “gorda y renegrida”, “el cabello teñido de rubio y los dientes cubiertos por casquillos de oro”.
Es la patria.
Posdata: a los extranjeros aterrados con el presente texto, me gustaría transcribirles, para tranquilizarlos, una frase de Burroughs que Villoro repite en el cuento citado: “No te preocupes: los mexicanos solo matan a sus amigos”.
Sobre el autor
Juan Pablo Villalobos nació en Guadalajara, México, en 1973. Después de ocho años en Barcelona ahora vive en Brasil. Tiene dos hijos mexicanos-brasileños-catalanesitalianos. Su primera novela, Fiesta en la madriguera, fue publicada en 2010 y está siendo traducida a catorce idiomas. Su segunda novela se publicará en septiembre en español y en inglés durante el primer semestre de 2013. Escribe para diferentes revistas, periódicos y blogs de México, España, Brasil y Colombia.
Sobre la traductora
Rosalind Harvey ha vivido en Lima y en Norwich, donde se enamoró del español y de la traducción, respectivamente. Actualmente vive en Londres, donde traduce ficción en español. Su reciente traducción de Fiesta en la madriguera fue nominada al premio de primera novela del diario The Guardian. Es co-traductora, junto con Anne McLean, de El olvido que seremos de Hector Abad y de Dublinesca de Enrique Vila-Matas. El pasado otoño fue una de las primeras traductoras en residencia en el Free Word Centre.
Información adicional
Juan Villoro (DF, 1956): “Amigos mexicanos” en Los culpables, Almadía, Oaxaca, 2008.
Daniel Sada (Mexicali, 1953-2010): “Ese modo que colma” en Ese modo que colma, Anagrama, Barcelona, 2010.
Francisco Hinojosa (DF, 1954): “Lo que antes eran calles” en El tiempo apremia, Almadía, Oaxaca, 2010.
Iris García (Acapulco, 1977 ) “Ojos que no ven” en Ojos que no ven, corazón desierto, Tierra Adentro, México, 2009.
Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) “Historia” en La señora rojo, Páginas de Espuma, Madrid, 2010.